La piedra, veloz, dibujó una estela oscura en el aire fresco del atardecer, los estridentes chillidos del raterío desparramado tapó el eco del golpe al estrellarse contra los rieles y Pepo protestó, ese día había empezado mal y seguramente terminaría de la misma manera.-
El ruido ensordecedor del tren frenando allá en la estación lo distrajo un poco, a la distancia se quedó contemplando el recambio de pasajeros y arropándose dentro de su pobre vestimenta esperó paciente a que reanudara la marcha.-
Como si fuera una garza desplegando las alas se elevó en medio del silencio dominguero haciendo equilibrio sobre el tronco talado, con el brazo extendido hacia atrás perfiló su enjuto cuerpo sobre el horizonte y apuntó certero a una de las tantas ratas empeñadas en comer los desperdicios... esta vez dio en el blanco.-
- ¡Vamos todavía! – se alentó jubiloso, luego miró hacia un lado y hacia otro temeroso de ser descubierto.-
Las manos aún le ardían, se las lamió despacio hasta conseguir un alivio reparador y buscando una posición mas cómoda se sentó sobre sus talones. Por un largo rato observó el barro incrustado en las estropeadas zapatillas sin cordones, agitó los dedos ennegrecidos a través de los agujeros y sonrió, parecían títeres escondidos en pleno ensayo.-
Borboteando un suspiro interminable se acarició el rostro mojado de tanto llorar, ya los golpes de su cuerpo se habían amontonado en un solo lugar, en el corazón. Esa noche tendría que dormir debajo del andén, necesitaba que se olvidaran de él por unos días.-
Las primeras sombras lo fueron envolviendo con un manto protector, el frío y el hambre lo empujaron a saltar sobre las vías y quejándose de su mala suerte se acercó furtivo hasta el puesto de panchos a la espera de las bolsas de residuos, siempre tiraban algo como para picotear.-
- ¡Hey Pepo! – la voz aflautada del adolescente amagó un sobresalto, enseguida se puso a la defensiva.-
- ¿Qué pasa chabón? – disimulando su congoja se acercó con gesto huraño.-
- ¡Vamos a “morfar” al “Macdona”, con la cuestión del Día del Niño estuvo todo el día lleno de”pendejos”... ¿Querés...? – ofreció el otro sin moverse de su rincón.-
- ¡No, dejá!. Si se entera la vieja que me doy... me mata – acompañando con un gesto el rechazo a la bolsita de “pega” se acomodó en el suelo junto a él - ¿Cómo está el “Miqui”? – recordar al hermanito de cuatro años le hizo temblar la voz.-
- Ya está en tu casa... pero tu padrastro te anda buscando por todos lados.-
Los doce años de su vida se acurrucaron dentro suyo, el temor a las represalias se mantenía al acecho y rumió para sí lo sucedido aquella madrugada.-
- ¡Pepo, Pepo! - unos golpes enérgicos en la ventana de la casilla lo habían reclamado urgente - ¡Hay laburo, trae las llaves!.-
- ¡Pará boludo! – alcanzó a susurrar por lo bajo pero no fue suficiente, su hermanito se sentó presto totalmente despierto – ¡Acostate “Miqui”! – ordenó en un hilo de voz y lo tiró sobre el colchón.-
- ¡Quiero ir... quiero ir! – porfió tozudo y de un brinco ganó la puerta portando las ojotas bajo el brazo.-
Arrastrando un sueño inconcluso se calzó las zapatillas agujereadas, abrigó al pequeño con su propia campera, de paso recogió las herramientas de rigor. Enredando las espirales de vahos se perdieron por los pasillos de la villa tras el inoportuno madrugador.-
Dos cuadras antes de la ruta doblaron a la izquierda, siguieron hasta el descampado y de pronto se toparon con la pandilla adolescente desguazando con mano certera un auto herido de muerte.-
- ¡Miqui... no te muevas del lado del “Chirola”! – ordenó a su hermano en un susurro y para que se entretuviera le dio las dos llaves, la inglesa y la francesa, de tanto en tanto alguno del grupo le pedía una u otra.-
- ¡“La inguesa”, “la fance”...! – repetía “Miqui” a media voz, a su lado el tonto de “Chirola” jugaba a que se las sacaba.-
- ¡Dale pendejo... una sola! – sus manos morrudas de muchacho grandulón molestaban veloces y con gestos picarescos azuzaban al pequeño.-
A la media hora el esqueleto del auto brillaba bajo la luz de la luna, los frío resortes surgiendo de los asientos apuntaban agónicos hacia el cielo suplicando un último acto de clemencia.-
Como si se tratara de una ofrenda alguien del círculo arrimó un fósforo encendido sobre la pana y poco a poco el fuego se fue devorando los restos.-
- ¡Dame, dame...! – la voz lastimosa de “Miqui” disipó la modorra provocada por el calor - ¡Me sacó “la fancé”.-
- ¡Soltala pelotudo! - las lágrimas impotentes del pequeño despertaron en Pepo una furia incontenible, el tonto saltaba jubiloso con la herramienta en la mano alrededor de la hoguera perseguido por “Miqui”.-
Los hierros incandescentes crispaban su muerte, las risotadas de victoria del “Chirola” desafiaban a los hermanos blandiendo el trofeo sobre sus cabezas. Entonces Pepo, en un gesto desesperado, lo empujó hacia las llamas logrando que trastabillara y cayera sobre ellas, tras él se arrojó “Miqui”.-
- ¡No, no! – el grito de Pepo no alcanzó a detenerlo y aguantando las quemaduras logró rescatarlo a tiempo, el resto se ocupó del “Chirola”.-
- ¡La fancé, tengo la fancé! – una ancha sonrisa le iluminaba la carita, los deditos chamuscados apretaban la herramienta contra su pecho.-
Soportando las heridas propias y ajenas Pepo lo cargó entre sus brazos hasta la casilla, su madre se retorcía las manos desesperada, la noticia del accidente había levantado al barrio en un vilo.-
- ¡Desgraciado... te voy a matar! – el padre del pequeño se lo arrancó furioso y como queriendo remarcar la amenaza le plasmó una patada en medio de las costillas – ¡Cuando vuelva vamos a arreglar este asunto!.-
- ¡Mirá Pepo!... allí está tu vieja, creo que nos vió – el amigo señalaba hacia el otro costado de la vía.-
Las horas pasadas se evaporaron en un segundo, la vuelta a la realidad hizo que se aplastara aún mas contra la pared.-
Con paso cansino la mujer se fue acercando, su rolliza figura se bamboleaba hacia un lado y hacia otro, la bolsa acompañaba el vaivén. Cuando estuvo a su lado a duras penas se pudo arrodillar, la vida miserable le había arrancado la juventud antes del tiempo.-
- ¡Pepo... te estuve buscando toda la tarde! – esas manos desconocedoras de codicias, encallecidas de tantos sinsabores, acostumbradas a mendigar el pan nuestro de cada día cayeron sobre su cabeza como el bálsamo que el pequeño hubiera soñado – “Miqui” está bien... vamos – al encontrar una fuerte resistencia lo tomó entre sus brazos y lo acunó contra su pecho – No te creas que me olvidé que hoy es tu día... tomá... las hice como a vos te gustan – con sumo cuidado hurgó en la bolsa, sacó el envoltorio de papel y se lo entregó satisfecha.-
- ¡Má... gracias! – la pila de tortas fritas salpicadas apenas de azúcar temblaban entre sus manos, hasta las lágrimas tenían otro sabor – ¡Comamos... después de todo también es nuestro día, el Día del Niño!.
MARY VICY
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